domingo, 3 de mayo de 2015

Siete puntos sobre la inutilidad de la escritura

Encontrar algo bueno sobre qué escribir es casi tan importante como escribir, a secas: el oficio y la razón, el trabajo y el deseo, la rutina nocturna de aplastarse frente a la pantalla, libros cerca, la libreta, la taza de café, el porrito cuando hay dinero, y...

Antes escribía por compulsión: un desfogue de miedos y manías que me mantenían alejado del mundo, lo que fuera que eso signifique. Ahora, el tiempo pareciera pasar con una liviandad que me atormenta: pasa la vida, se acerca la muerte, y la enfrento con nada. Un par de páginas. Y la anestesia ante el vértigo la encuentro por doquier: internet, la fiesta, el sexo, alcanzar a pagar la renta. Sobre todo esto último. Escribir por vértigo ya no me mantiene en vilo, la compulsión ha perdido su razón de ser. Y como resultado la escritura me cuestiona, y es cuestionada por mí. Me pregunto:


1. Si bien la escritura en general tiene sus múltiples espacios de existencia (¿se puede aludir a la utilidad en el arte? ¿es útil pensar en ella?), estos se reservan para unos pocos. Lo poco que yo escribo resulta ubicuamente inútil, en el sentido al menos de no ser leída, apreciada, remunerada, etc.

2. Encontrar el espacio de la escritura en la sociedad tiene su otro lado de la moneda: ¿cuál es el espacio, físico, temporal, vital, de la escritura en mi vida? ¿Cómo existe en mi vida familiar, laboral, de pareja, de soledad?

3. Encontrar el nicho en el cual embonen ambas necesidades (el mundo puede fácilmente prescindir de la escritura, pero la escritura naufraga sin su conexión con ese afuera, por no decir el escritor) no es tarea inútil. No me cierro a ninguna posibilidad: poesía, cuento, novela, teatro, sí, puede ser, y es. Pero también ensayo, o columna de opinión, o guión de cine, o programa de televisión, o literatura infantil, o traducción, o blog, o discurso político, o canal de youtube, o cuenta de twitter. O lo que se pueda. Y hacerlo bien.

"La pluma y la espada", by Montt

4. ¿Sobre qué escribir? ¿Cómo hacerlo, para lograr embonar los espacios disímiles? Comencé intentando abordar los problemas más tóxicos, más urgentes, que vivimos: la violencia, el narco, los desaparecidos, la deshumanización, el anonimato en el que se desvanecen la mayoría de las víctimas de este sistema corrupto, injusto, impune (nota al pie: sistema: forma de hacer las cosas y relacionarse entre personas. No tomarlo como un ente autónomo, robótico, leviatanesco). Pero aquello me ha hecho sentirme prostituto, y con ese oficio recién adquirido, mustio de mí, abrumadoramente abochornado (y demás adjetivos rimbombantes).

5. El tema, entonces, pareciera no deber someterse a los caprichos de un entorno agobiante (la independencia, o al menos, relativa autonomía del arte, si aludimos a la refracción de la que hablaba Bourdieu). Por aquello de la moral artística (¡qué van a decir los artistas!). Pero tampoco quiero someterlo a los caprichos del antojo, que van y vienen como amor de bailarina. En fin, Bourdieu ya me había respondido de antemano. Y si nos vemos un poco más snobs, Aristóteles (16-17).

6. El arte como hedonismo. El arte como herramienta contestataria. El arte como expresión difusa del “sentir del pueblo”. El arte como una pedantería suprema. El arte como libro de bolsillo. El arte como nada, como un aparato que existe solamente para mantenerse a sí mismo, burocráticamente, moviéndose en el ciclo infame de la autojustificación, de la autorreferencia suicida. El arte como basura electrónica.

7. O viceversa.

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