lunes, 19 de septiembre de 2011

La neta

Vi en su cara la certeza. Entre ese emborronamiento de la peda, entre el ruido de la música y de las pláticas y de esas miradas, de ella, que nos recorrían desde muy lejos como un escalofrío, la vi: sin recursos chaqueteros, sin adulaciones mustias, la neta.

Estaba cansado, exasperadamente cansado, pero agradecido por tener un amigo, alguien que no lo fuera a devorar estando débil. Tenía ganas de sentirse débil, vulnerable, y de tener quién lo medio cargara borracho hasta su casa, sin preocuparse del coche, de olvidar la cartera, el celular, las llaves. Sin preocuparse de tener que pretender a cada instante, sin preocuparse por ella, sin preocuparse de ella (que allí estaba, estoica, viendo de pie y a lo lejos un bulto desolado, incierto). ¿Cómo prometer certeza cuando no la hay, nunca habrá, nunca la hubo?

Y sin embargo, allí estaba, cierto de que esa noche no pasaría, que ella no se iría con otro, con quien fuera (¿cómo prometer certeza cuando nunca la habría, jamás? ¿cómo decidir por ella, con quién se iría, con quién se quedaría? ¿cómo no hacer de ella un objeto, de deseo, de cariño, de aprensiones, de celos?) Y, por lo que haya sido, tuvo razón: esa noche, esa, podía empedar tranquilo.