jueves, 29 de octubre de 2009

Lluvia samurai

— “¿A dónde vamos, mamá?”

Juan Pedro Luis se encontraba en ese momento en plena pelea con una hormiga; la intentaba dirigir hacia la orilla de la banqueta con un palito, pero ella necia que necia no se dejaba, y apenas se descuidaba un poco Juan Pedro Luis, la hormiga ya había desandado la mitad del camino. Era una de las negras, grandotas, que se mueven muy rápido, aunque no pican tanto como las rojas del mismo vuelo, o las chicantanas.
(“estoy segura de que tenía otros diez pesos… ¿en dónde estarán…?”) Al parque, mi hijito (“¿los habré dejado en la mesa al salir? Tal vez se cayeron del bolso sin darme cuenta…”). ¿No te gustan los juegos del parque? Luego vamos a tomar un helado (“¡si es que nos alcanza!”) en lo que llega tu papá antes de ir a la casa (“¡aquí están! Menos mal encontré el cambio, que si no, no tendríamos para el helado ni para el camión”)

Juan Pedro Luis estaba ya cansado de esperar. Todos los jueves era lo mismo: comer en cualquier lugar en donde NO tenían juegos para niños ni papitas fritas, luego esperar una eternidad en lo que pasara un camión a quién sabe dónde, en donde su mamá intentaba entretenerlo en lo que llegaba su papá con el coche. ¿Por qué no lo dejaban quedarse con Jorge? Él tiene el mejor videojuego, ¡y tiene dos controles! Y los zapatos le apretaban. ¿Por qué no le compraron los de lucecitas que tiene Jorge?
Cuando por fin logró que la hormiga llegara a la orilla de la banqueta, llegó el camión. Arriba, sólo podía hacer dos cosas: molestar al señor que se sentara enfrente, o voltear hacia fuera; no había ningún señor enfrente. Se puso a observar las nubes. Había una algo extraña; primero le pareció que era como un dragón con un cuerno muy largo, pero al final se convenció: era un samurai, como los de la película del sábado…

Comieron un rato y se acostó con su madre a descansar. Los columpios del parque estaban rotos; sólo quedaba la resbaladilla, que era muy pequeña. El niño se acostó en las piernas de su madre, y volvió a voltear a ver las nubes. “Si ves por un rato, encontrarás el alma de la nube volando dentro de ella”, le contaba su madre, mientras acariciaba su pelo. El niño veía y veía: un rinoceronte, un antílope africano, un pastel de chocolate con fresa y un samurai japonés con espada medieval; de hecho se parecía mucho al samurai que había visto en el camión… sí, era el mismo, aunque ahora parecía estar esperando algo. Juan Pedro Luis se volvió para observar el pico de Orizaba, más cerca y claro que nunca. Y una nube salió detrás de él, primero larga, luego acolchonadita y se estiraba y se encogía como masa de sal en manos del viento. Y por fin salió: una tortuga blanca, gordita, con los brazos y piernas estirados, como volando. “¡Esa de allá parece una tortuga!”, le dijo a su madre. Volaba lento, como admirando el paisaje, o como si algo pesado le estuviera estorbando.

En el camino se comió un pedazo del pastel de chocolate con fresa, y por un rato no se distinguió nada entre ese revoltijo. Luego la tortuga adquirió mucha velocidad y tropezó con el rinoceronte, que se convirtió en un jaguar dientes de sable y lo persiguió por medio cielo, acelerando el paso para alcanzarla, y la tortuga para no ser alcanzada.

-“Las tortugas son muy rápidas cuando tienen miedo” -¿Qué pasó, mijito? -“Nada, mamá”
La tortuga voló tan rápido que perdió de vista al jaguar, que se contentó con perseguir al antílope africano que estaba cerca. La tortuga cruzó otro monte, un río y un precipicio, y llegó al templo del samurai japonés con espada medieval, que parecía haberla estado esperando. Primero la saludó, pero se acercó cada vez más hasta que le cortó la cabeza con su espada medieval, y ambos cayeron, derramándose, hacia el suelo. Cayeron en el monte, el río y el precipicio, en el parque que se comenzó a encharcar, en su mamá que lo cargaba con prisa intentando no mojarse sin lograrlo, en un señor ejecutivo con cara de pocos amigos y sin paraguas, y sobre el vidrio del coche del padre de Juan Pedro Luis; Juan Pedro Luis escuchó por un tiempo golpetear a la tortuga y al samurai, como saludando. Este respondió el saludo, muy emocionado por los charcos que iba a pisar al llegar a su casa.

-“Mamá, ¿falta mucho para que lleguemos?” -No, mijito, ya no falta mucho. Te puedes dormir, si quieres, en lo que llegamos.

Juan Pedro Luis se acurrucó acomodando su cabeza en las piernas de su madre, se despidió de la tortuga y del samurai con dos golpecitos, y durmió sin más. Su madre lo observaba sonreír en sueños, y le comenzó a acariciar el cabello.

“Hoy sólo quiso ver las nubes en el parque, parecía algo cansado; ¿cómo te fue en el trabajo?”…

jueves, 15 de octubre de 2009

Destrozando amores

Destrozando amores, corazón apachurrado
Y subiendo las colinas pedregosas del seguir con vida
Despertando al día, y la mañana araña sueños inconclusos con sus manos
Caminando a pies cansados, realidad, trabajo, soledad cansina
Y el sentirse abandonado
Todo pesa cuando el mundo gira…

Despidiendo amores, corazón atribulado
Y el pasado es todo lo que queda
La noche llega, y al volver los pasos todo parece lejano
Desvelo ajado, y el recuerdo, herida, iluso engaño,
Y un adiós que nunca llega
Si no caminas adelante, eres fantasma, espectro, espanto,
pena…

Despierta al mundo, corazón aletargado
Abre tu supermercado, y vende caro
Si el mundo, despistado, se mira en el espejo y tú no estás allí
Y el mar de gente te traga y luego escupe porque sí
Canta, pues
Canta un mar, canta un dolor y un sueño
Canta al misterioso más allá de tus fracasos
Que si no hay nada
nos queda el canto

Dan ganas de vivir

Encontrar que la vida es gozosa. Descubrir que es gozosa, que es gozosa más allá de las palabras, y en palabras. Más allá de las frases hechas, de cursilerías de novio de secundaria, de las tonterías en libros de autoayuda. Que es gozosa en los gritos del vecino, en los ladridos de los perros del vecindario, que no dejan dormir. Que es gozosa en la humedad, y que hay cucarachas, y que hay gusanos, y una voz que dice que ya no le gusta nada. Que es gozosa en el insomnio por los ruidos y las culpas y portazos y sollozos y en recuerdos de ese niño que gritaba, que sangraba.

Que es gozosa en el olor a orines, que no hay agua, que no hay agua, que es gozosa aunque no hay agua. Que es gozosa con el corazón apachurrado, en una casa triste y sola, sin dinero, y no hay dinero, y no hay dinero. Que es gozosa porque es vida. Que es gozosa porque sí, porque hay aire y hay agua, aunque no haya agua y no haya agua. Que es gozosa porque hay gente, aunque uno de eso a veces se arrepiente. Que es gozosa porque promete siempre, y siempre pareciera haber algo más allá aunque a veces no parece. Que es gozosa porque el siguiente paso, el que le sigue, es la muerte.

Que siempre…, y aunque…, y a veces…, pero…, y no importa, que es así. Porque es gozosa porque sí. Que es gozosa porque se siente, intensa, a flor de piel, porque se mete en tus entrañas e insaciable te devora. Porque duele. Porque es vida. Porque se siente. Porque es vida. Encontrar así ese gozo masoquista, porque es vida, porque sí. Da ganas de vivir.