Los golpes de la vida... a uno le llegan de pronto, sin saber cómo llegaron ni por qué, sin que tengan pies ni cabeza, pero allí están: hacen ver que la vida es corta, que hay un mundo entero afuera de mí (y, muchas veces, del que no soy parte), y que las idioteces que comete uno (más frecuentemente de lo que quisiera aceptar) tienen consecuencias. Duelen, marean, provocan moretones y revoltijo tripas. Todo eso y más. Nos mueven el tapete, y caemos de bruces. Es probable que no podamos ver nada bien después de eso... pero el zarandeo bien que nos puede poner en nuestro lugar.
Me acaba de ocurrir uno. No estoy seguro de cómo salir de éste, ni del grado de consecuencias que vayan a acarrear. Por lo pronto estoy mareado, hastiado, y con ganas de poner la cabeza en cualquier lugar menos en donde está. Me quedó claro que no soy el dueño de mi vida. ¿Quién lo es al cien por ciento? A decir verdad, tenemos que vivir de algo; y luego están los compromisos sociales, y la familia (quienes tengan la dicha de tenerla), y todo el mundo influye en cada detalle que se sale de una norma que nadie sabe quién inventó.
Todo está preestablecido: vestimos lo que tengamos enfrente (tiene más variedad quien tiene más dinero, pero al final sólo podemos escoger), los peinados están preestablecidos, los usos del tiempo libre están preestablecidos, las corrientes culturales están encajonadas, todo está ya dicho. Bueno, no me hagan caso; aunque tenga algo de razón, son palabras dolidas de alguien ofuscado, buscando algo que sea realmente suyo, hecho de la nada social y debido únicamente a su soberana voluntad. Ta weno...