domingo, 26 de septiembre de 2010

roturas

Por la última canción que hice, “roturas”, comenzaron a salir a flote cada una de las roturas que me rodean. Dicen que todo se parece a su dueño. Hagamos el recuento:

El refrigerador se torció una pata en la última mudanza que tuve, así que cojea cada vez que lo abro (por lo demás, funciona perfecto); la estufa la tengo sin quemadores (¿así se llaman las cosas redondas de metal por donde sale el fuego?), así que teóricamente cocino a la llamarada de gas, sin dosificación (y digo teóricamente porque en el cuarto en donde vivo hay una parrillita inamovible, en el único lugar en el que se puede cocinar, así que la tengo arrumbada esperando tiempos mejores); por lo demás, funciona perfecto.


La silla en la que me siento justo ahora tiene rota una rueda (es de esas sillas de escritorio que tienen cinco patas con rueditas, y una se le zafa cada cierto tiempo, lo que me produce un coctel de traspiés, sobresalto y adrenalina); esta no funciona perfecto, me provoca dolores de espalda. Su reemplazo está en mi lista de compras.

El estuche de mi guitarra tiene roto el seguro. Mis pantalones favoritos muestran los encantos de mis bóxers. Mis zapatos negros tienen un agujero en la suela, que me moja los calcetines cada vez que llueve (aquí, cuatro días a la semana) que, a su vez, tienen ventilación incluida. Acabo de tirar un par de camisas que rompí, no sé cómo (supongo que ya estaban viejas). También tiré una sartén que no tenía salvación, y un paraguas roto. Hace algunas semanas llamé al servicio para que arreglaran el calentador que no funcionaba, y tuvieron que cambiar una pieza. Un par de cierres de mi mochila no funcionan (que, por lo demás, funciona de maravilla). Mis padres todavía conservan el colchón que quemé cuando era niño (¿parcialmente calcinado es equivalente a roto?). La computadora en la que escribo tiene zafado el enchufe del cargador, que a su vez tiene una pieza de repuesto que le cambiaron cuando se quemó.

Todavía conservo el libro que me prestó hace un par de años una amiga (El amor en tiempos del cólera, mi favorito de García Márquez), que mi ex novia desgarró en un arranque de ira. El remordimiento de conciencia me hace tenerlo todavía presente, y buscar cada que paso por una librería un libro de la misma edición (era muy sobrio, de pasta dura, de los que ya no se venden). También conservo, no sé por qué, el peluche que le había regalado (a mi entonces novia, no a mi amiga), que se desnucó en una de tantas peleas. He pensado librarme de él varias veces, pero simplemente no he podido. Me recuerda muchas cosas.

Lo único que duele son mis lazos rotos (lo demás tiene su gracia). Algunos heredados, otros más que me gané a pulso. Agradezco tanto tener dos padres, que se quieren y que me quieren, y tantos hermanos y hermanas a los que también quiero, a pesar de la distancia. Mi hermana mayor se va hoy a Canadá, a vivir. Allá también se va una parte de mí.

¿Qué mejor que un blues para esto?

"Miss Celie's Blues"

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