lunes, 17 de mayo de 2010

Heridas ancestrales

Heridas. Heredadas. Ancestrales. Compartidas.

De esas que se pierden poco a poco en su origen, y tan sólo nos queda su huella. De vidas familiares, padres, abuelos, bisabuelos; migraciones, mezclas, guerras, invasiones (yendo cada vez más y más atrás: las crisis, los traumas de la revolución, las promesas de la independencia, los destrozos de la colonia, las sublevaciones constantes, la inquisición y la santurronería española...)

De esas heridas que cargamos como parte del regalo de la vida, que se vuelve dulce y amarga en dosis dispares. De esas heridas que reproducimos con los años y los vicios y costumbres. Que hacemos vivas en cada muestra de dolor. Que forman parte de nuestro ser más profundo.



Tú cargas esa herida del racismo, incrustado hasta la esencia de tu ser. La violencia que aflora y desflora en tu piel, en tu color; el resentimiento, esa memoria plagada (tantos siglos de colonia, tantas vejaciones y muertes, sublevaciones y represiones) y ese odio contra todo: la dominación (prolongada en la independencia, la revolución, el priísmo); contra la herencia misma de tu vida (tal como te llegó, tal cual), contra tu condición, contra ti, contra los tuyos. Esa certeza de ser dolida y odiada por lo que eres; ese sentimiento de desamparo al no poder dejar de serlo; esa última reivindicación que parte del dolor y la rebeldía: soy. El amor te nace en muestras intensas de cariño y furia. Tal vez nadie conozca a todos los demonios que se agazapan en ti, con los que tienes que convivir para seguir con vida.

Yo cargo la herida del silencio y el abandono, la soledad. Ese dolor que envuelve y aísla, sin sacar lágrimas, sin rasgar la piel, sin siquiera tocarla. Sin proferir palabras. Santurronería, masoquismo, culpa, cariño velado, incomprensión: todos son daños colaterales. Inexplicable para mí, pero omnipresente en cada intento de contacto con los míos. Cada pretexto que nos acerca es un oasis en nuestro desierto. El resto es soledad. O casi.

De alguna forma rompiste la barrera, mezclaste nuestras heridas. Viví tu violencia (llevo tu huella aquí, muy profundo, para bien y para mal). Sufriste mi abandono, mi silencio. Tus heridas son ya nuestras.

Explotamos. Nos espantamos. Nos separamos.

Queremos escapar. Cortar de un tajo tantos nudos que nos atan por el dolor a tiempos ancestrales.

Sin esos lazos, nada somos.

Habrá que inventarnos de nuevo.

O, tal vez, abrazarnos a ellos con ansias de vida. Por lo que dure la vida.

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"Quiero exorcizar nuestros demonios dentro, los demonios que llevamos dentro..."

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